
-Ya va, ya va…
Teresa se limpia las manos.
-Es que algunos parece que el tiempo se les escapa de las manos, seguro que es una tontería, si lo es, el expolio que le voy a liar…
Abre la puerta, a pesar de las advertencias nunca mira por la mirilla.
Se queda con la boca abierta.
-Hola madre.
Un momento de silencio, no sabe que decir, mejor dicho, lo sabe, sabe lo que se merece que le diga, pero no quiere decirle.
– ¿Qué haces aquí?
-Quería verte.
Teresa suspira, quiere llorar, es su niño, el niño perfecto, cariñoso, amable, fuerte, inteligente, y un…
-Dime lo que tengas que decirme, y te largas.
– ¿Puedo entrar?
-Sí, supongo que sí, -se aparta-, creo que conoces el camino.
Luis asiente, camina por el pasillo, largo como eran antes, el pequeño salón, el sofá de sky, todo limpio, como si lo hubieran sacado de la fábrica, sino fuera porque se le notan las primaveras.
Teresa se sienta, lo mira.
-Estás chupado, como la aceituna en la boca de los viejos.
-Sí, supongo.
– ¿No comes bien?
-No es eso, ya sabes, no engordo, también que el trabajo…
-Sé que te va bien.
Luis mira a su madre.
-Ernesto, ese te sigue queriendo como cuando se partía la cara por ti.
-Lo sé, madre.
– ¿Qué quieres?
-Lo que más trabajo te puede costar en la vida, madre.
– ¿Y eso es…?
-Que me perdones.
Teresa lo mira, su corazón llora como no ha llorado en su vida, pero su cara es de piedra, de la que formó el dolor, la desazón, el desánimo.
– ¿Que tengo que perdonarte?
-Lo de Nieves.
Lo mira, mueve la cabeza.
-Eso fue tu decisión, tu fallo, no el mío, el dolor si fue el mío, pero ese está ahí, no pasa nada, sigues siendo mi hijo, solo que ha sido mucho tiempo, siquiera para venir a verme.
-Lo sé, madre.
-Ni el entierro de tu padre, al que tanto querías.
Luis agacha la cabeza, asiente con ella, no se atreve a levantarla.
-Con lo que te quería.
-Y yo a él, madre, era…
-Lo que tú digas, pero se fue solo, sin que su niño lo despidiera.
Luis llora, como si se le escapara el alma.
-Lo siento madre, no puedo, -se levanta.
Teresa lo coge del brazo.
– ¿Dónde vas?
-A seguir penando por mis pecados.
-Soy tu madre, quédate.
Luis la mira, está arrasado en lágrimas.
-No puedo, madre, no puedo.
Teresa se queda mirando como su hijo se marcha, corre, pero la puerta se ha cerrado, se deja caer en ella y llora desconsoladamente, como si fuera lo último que hacer en una vida que es trabajosamente larga.