14 Cavilaciones

Luis camina hacia casa, ha dejado el coche en el hospital, ¿Por qué?, no lo sabe, quizás porqué…, ¿Qué más le da?, necesita comunicarse consigo mismo, hoy ha pasado lo que nunca desea un médico, lo irremediable, alguien, padre de alguien, hermano de alguien, hijo de alguien, ha muerto, si, con todos los atenuantes posibles en la cabeza de cualquiera, ochenta y cuatro años, corazón mil veces dañado, mil veces reparado, cuando entró parecía el fin de fiesta, como si lo esperara para decirle, “me toca irme”, paradas, reanimaciones, no milagros, son imposibles, al final, con todo, a pesar de todo, se marcha, se va, al lugar del que nadie vuelve, aunque no pueda asegurarlo; la familia, la cabeza gacha, pero lo miran con comprensión, no hay ira, ni reproches, lo sabían, menos de un diez por ciento, pero era ese diez por ciento, que nunca se cumple, el que esperaban, todo comprensible, todo bien, pero camina solo, sin  mirar la calles, sin sentir el coche que le ha pitado, que se ha acordado de toda su familia con razón, y se para, mira el semáforo, no es cosa de matarse, el muñeco en verde, cruza, mira de nuevo, y como si la hubieran construido hace dos días, la parroquia de san Pelagio Mártir, o como dicen en el norte, San Pelayo, que es el mismo, en latín o en modo reconquista, entra, solo se sienta en uno de los recontados bancos, no es San Hipólito, la iglesia de los reyes, es solo una parroquia de barrio, pero en la que también está dios.

             Mira la imagen de la virgen, suspira, su madre, que olvidada la tiene, no piensa en nada que no sea que se le ha escapado alguien, siempre se escapan, incluso cuando los tienes rodeados, cuando no es nada, y al abrir, te encuentras cualquier cosa, menos lo que esperas, y se va con el que está en la cruz, o con su dios propio, que cada día hay más que no saben de cristos ni de vírgenes, pero que al final, si pueden, pasan por el quirófano para aliviar las penas.

             Piensa en la bella mujer con el nombre extraño, lo ha mirado en internet, un nombre germánico, como casi todos, “Famosa en el combate, mujer ilustre” y sonríe, si, lo parece, pero está rota por dentro, muy rota, mira a la virgen que no lo mira, y le pregunta, sabiendo que no hay respuestas, si la salvará, o solo es un charlatán de pueblo de los de botella milagrosa, y suspira, unas veces es uno, otras el de la botella, y hoy, se siente el de la botella, al que nadie cree, pero que los que no tienen otra esperanza, le compran la mentirosa botella milagrosa.

             El padre que lo mira, que no es su padre, es lo que se dice, como en el chiste, “padre es el que así lo llaman todos, menos sus hijos que lo llaman tito”, pero el que se acerca con la sonrisa es Eusebio, que parece sacado de un libro de la conquista de las Indias, es de allí, de donde los que se fueron se quedaron, y Eusebio ha vuelto, a dar más de lo que recibió.

             Se sienta al lado, habla poco, poco para ser una persona, mucho menos para ser un sacerdote, que tienen que predicar.

– ¿Cómo va la cosa?, San Luis.

-Arrastrándola, Eusebio, que algunas veces la madre, -levanta la cabeza-, me quiere quitar a sus hijos.

– ¿Hoy se ha ido otro?

             Luis asiente con la cabeza.

-Siempre se te irán, es ley de vida, ¿cuentas los que se quedan?

             Luis lo mira y sonríe.

-Que estoy yo para eso.

             El sacerdote calla.

– ¿Cómo andas de dinero?, Eusebio.

-Como de pistolas, -ahí si se le nota el acento de esa Sudamérica olvidada, hermana a la que no se llama ni en nochebuena.

– ¿Cuánto quieres?

-Todo lo que tengas.

-Como siempre, sin bromas, sabes que no tengo demasiado.

-Diez mil, ¿hacen?

-Sois como la mafia, pero, -señala con la cara al cristo-, con un jefe que acojona.

             Eusebio sonríe, le cuesta.

-La cosa está mala, no es mal barrio, pero mucho viejecito que este país olvidó que ayudó a levantarlo, ahora lo levanto yo, -lo mira-, con tu ayuda, y la de cuatro desgraciados más, que sois eso, desgraciados, que os merecéis lo mejor, y venís aquí a pedir el perdón de pecados que se perdonaron hace mil años.

-Seguro que me voy a confesar contigo, sudaca.

             Eusebio sonríe.

-Hace tiempo, mucho, allí en las américas, te hubiera sacado las tripas, ahora me rio, porque sé que lo dices con cariño, allí, aun así, hubieran visto el sol.

-Lo sé, sé cómo venimos aquí, no de donde o como venimos.

             El padre se persigna.

-Reza conmigo, Luis.

-No, padre, me voy con mis fantasmas, que también tienen derecho a comer de mi alma.

             Eusebio lo mira.

-Deja el cheque en la sacristía, aun me fio de ti.

             Luis que se ha levantado lo mira y ríe abiertamente.

-A saber, de que mafia sudamericana eras tú.

-De una que era de todo menos buena, que dios te acompañe, Luis.

-Queda tú con él.

             Mira al Cristo, a su Madre, al sacerdote, a la medio vacía mínima parroquia y sale, la calle no ha cambiado en nada, pero el alma, le pesa un poco menos, mínimamente, pero si, definitivamente menos, respira fuerte y continua caminando, su casa, no queda lejos, nunca lo está, ahora menos.

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