
Está cansado, como siempre, pero sonríe, le gusta lo que le viene, aunque sea como un alud que no se espera, lo que, si espera, es que el compositor ruso le haya llenado con su lírica, el espíritu de buenas vibraciones, el caso, es que, por primera vez desde hace tiempo, enciende el cigarro antes de tomar el café, el maravilloso café de lata, frio como el amanecer, pero que no está excesivamente malo.
Abre la lata, lo saborea, ese es su desayuno, el de los campeones, una lata de un tipo que lo mira, Mr. Brown, el señor Moreno, que tampoco se han reventado el cerebro, pero así no tiene que tomar café del día anterior, solo de la lata, que acaba de terminar, ducha, vestirse, el día continúa nublado, es extraño, pero así es, como una broma en un sur que regala calor a cualquiera que pase por allí.
El Gorrino que no rebuzna ni gruñe, como una seda, parece que el nuevo motor esta por la labor, espera que caliente, alguien que pasa, es el vecino de arriba que con dos mil años y que continúa trabajando, y que saluda, sonriente, cuando no tiene porque sonreír, pero responde al saludo, el saludo de alguien que conserva algo que se ha perdido, dios sabe dónde, la educación.
Parking medio vacío, aunque se irá llenando, a pesar de sus dimensiones, con el transcurso del día, sube a su despacho, aún falta tiempo para que el coloso despierte; como siempre, los de las guardias, más mala cara que los pollos de un hipermercado, y se ríe al pensar que realmente se parecen, como el mismo cuando le toca.
Mariana que entra, sonríe.
-No me acordaba, Luis, hoy es el día, lo siento.
-No pasa nada, mientras me hayas despejado la agenda.
-Si, por supuesto, lo hago dos semanas antes.
– ¿Todo el equipo?
-Sí, hay cola para operar, ¿quieres algo, café, vitaminas, cola…?
-No, gracias.
Y Luis sonríe a su ayudante, no quirúrgica, sino la ATS que le lleva la vida adelante, la que le saca sangre a pesar de los regañadientes, la que le hace que vaya a los reconocimientos periódicos, la que le hace comer cuando no se acuerda, la que lo trata como un hijo más de los cuatro que tiene.
Es el día en que opera a los que no pueden pagarlo, a los que la seguridad social deriva con alegría de quitárselos de encima, a los que no les presta atención, a los que no les cubre como debería, lo que malamente se llama la cobertura nacional.
Son las ocho de la tarde, está sentado en la entrada del quirófano cuatro, se le acerca alguien, es Galante, su ayudante en el quirófano.
-Los tutes que nos metemos, Luis, ¿es necesario?
-No, cuando quieras, déjalo, es mi labor, no la tuya.
-No me los toques, ¿cuántos?
-Muchos, demasiados, cada vez estoy más viejo.
-Seguro, pero han sido once, ni comer, solo un bocadillo un poco más pequeño que las hostias que nos daba de pequeño.
-Como se nota que no has estado en mi barrio, allí las hostias eran como panes de a kilo.
Galante sonríe.
-Vamos a fumar arriba, Operación Tieso ha terminado…, por lo menos este mes, que aún no me entero como lo permite este maldito hospital que solo piensa en el dinero.
-Pues porque fue una condición que puse al aceptar el trabajo, y que, a pesar de estos costes, sigo siendo rentable, el día que no lo sea, el puto Monforte a tomar…
Ascensor, frio, mucho frio, el aire que se lo quiere llevar todo, toma el cigarro que le ofrece Galante, lo enciende con la llama del mechero que también le coloca al lado.
– ¿Cómo vamos este mes, Luis?
-Como siempre, muchos, demasiados, ¿o te crees que el hospital me permite lo de los Tiesos porque sí?
-No, ya sé que no, pero también deberías de descansar.
-Sí, cuando vienen a que los opere, y lo haces tú, que no es que seas peor, es que me quieren.
-Pues vas a reventar.
-Pues apártate, que no hay España para dar por el culo.
– ¿Qué haces con tanto dinero?, yo si se lo que te regalan.
-Simplemente tapar agujeros, ya sabes, una época mala que pilló la mitad de mi vida.
-Sí, supongo, llevo contigo tres años, ¿Qué conozco de ti?, que vives en un piso de mierda, con un coche que no vale ni arrancarlo, solo eso, ¿cuándo me vas a contar más?
Luis lo mira y sonríe.
-Solo soy un viejo amargado, solo eso, sin historia, sin principio, sin final, solo eso.
– ¿Y las habladurías?
-Pues eso, radio macuto, a saber, lo que es verdad, lo que es mentira.
-Sí, pues doce horas en el quirófano.
-Sí, ¿estás cansadito, pequeño médico de un lugar perdido en el norte?
-Que te jodan, San Luis.
-Pues eso, dame otro cigarro, que están muy caros.
Galante sonríe, le encanta el médico que nadie conoce.