
-Genaro, dos cervezas.
La mole de siempre, vestida como siempre, asiente, los veladores están casi todos cogidos, pero ahora se está bien.
-Esto huele como solo el mismo.
– ¿De que hablas?, -le pregunta Ernesto.
-El barrio, que pareces tonto, han pasado mil años, y huele lo mismo.
-Supongo que sí, -su hermano le da un trago a la cerveza que deja la mitad en él.
– ¿Cómo te va?
-Bien, ya mismo puedo empezar a devolverte…
Luis levanta la mano.
-Ni se te ocurra, ya sabes, mis sobrinos, un regalo.
-Una mierda, los tiene que cuidar su padre.
-Déjate de historias, tenías cabeza, ¿por qué no estudiaste?
-Porque no servía, Luis, tú lo sabes.
-Sí, y que soy tonto, madre que decía que yo si valía, más que tú, y llevas el taller mecánico de Padre, que tenía que llevarlo yo.
-No, me gusta lo que hago, está bien, algunas rachas malas, puedo ir al banco…
– ¿A que te saque lo que no tienes?, déjalo, yo me gasto menos que un chupe de plomo.
-Sí, lo sé, ¿por qué no sales fuera?, con la pasta que ganas, yo estaría fuera todo el día, soltero…
-Ese es el problema, Ernesto, que soy viudo, que…
Ernesto asiente.
-No me des la brasa, que ya ha caducado.
Luis sonríe.
– ¿Y de verdad no vas a ir a ver a madre?, Luis.
Este niega con la cabeza, levanta un brazo, al poco dos cervezas frías como el mes de Enero.
-No, Ernesto, no puedo, no quiero, ¿cambiarlo todo?, no, no tengo derecho.
-Pero los hijos de puta, no la dejan verla.
Luis mira a un punto que no vería nadie.
-No tienen derecho, Ernesto, pero pueden hacerlo, lo siento por ella.
– ¿Y tú?
-Lo perdí en el momento en que me perdí.
Silencio.
Ernesto lo mira sin decir nada, al final habla.
-En verdad, hermano, como estás, no vienes nunca, ¿sigues igual?
-No, -Luis sonríe-, sigo la vida, esperando que me dé algo que no sé lo que es, me levanto, opero, opero de nuevo, visito a los enfermos, propongo, hago, llego a casa, duermo, el día siguiente es el mismo, aunque sea diferente…, ya sabes, -nueva sonrisa-, lo que es la vida.
– ¿Y nada más, ni ilusiones, ni posibilidades…?
Luis se encoge de hombros.
– ¿Sigues con lo de arriba?
Luis asiente.
– ¿Vas?
Luis niega, Ernesto le da un trago largo.
-Es tu dinero, lo que veas, por mi está bien lo que hagas.
-Lo sé, si necesitas algo, Ernesto, pídelo, no te cortes, lo que quieras.
– ¿Tanto ganas?
-Cuando no me quisieron, me hicieron un favor, mejores condiciones, mejor sueldo, mejores incentivos, lo que es un hospital privado, solo eso, lo demás, -otra sonrisa triste más-, lo demás, ¿importa?
Ernesto asiente con la cabeza.
-No, supongo que no.