Aquí hablan en otro tono, todo se hace a gritos, todo el mundo se conoce, se paran en el gentío y la marea humana se detiene, remolonea un momento y sigue.
Apenas si lleva aquí una semana, y no ha pasado más calor en su vida, pero es lo que hay, primer destino, y a hacerlo bien, no queda otro remedio.
Le ha echado el ojo a uno de los puestecillos, mira y remira, como si estuviera decidiendo comprar, y certifica que lo que hay allí son polos del cocodrilo a cinco euros, no hace falta tener dos carreras para saber que no son originales, y de outlet[1], por mucho que hayan apretado en la compra de los desclasificados, tampoco.
Lleva dando vueltas toda la mañana; por aburrimiento, por lo que sea, se fija en la colocación de los puestecillos, parecen puestos al azar, pero si te fijas un poco, piensa, son producto de la sabiduría que da el estar años y años haciendo lo mismo, mira uno de los medianos, ni grande ni pequeño, ropa colgada de perchas altas, casi sobre el armazón que conforma la estructura del puesto, abajo, cuatro puertas sobre trípodes, y sobre ellas, de forma militar, en grupos, las prendas, como si fueran a una inspección de fin de semana, todo colocado exquisitamente, tanto para comodidad del que vende, como para contacto visual con el cliente.
Sin darse cuenta, o dándosela, sin prestar atención, pero prestándola, continúa controlando el puestecillo, no está solo, lo atienden dos chicas muy jóvenes, que pregonan a voz en grito las bondades de los artículos. Sonríe al pensar en el arte que tienen, casi no levantan un palmo del suelo, y salen a vender, qué desparpajo. Ellas dos solas, atienden a cinco, a ocho clientes, y los llevan al trote, y le venden el artículo a cada uno.
No puede quitar la vista del pequeño puesto, son dos bellezas. Una rubia, la otra morena. Se ha colocado en una esquina, justificando que tiene mejor perspectiva, que controla mejor, lo que sea, pero el puesto se convierte en el centro de cualquiera de los movimientos, de las miradas, aunque sea de reojo.
Las mira de nuevo, una y otra vez, sin querer, queriendo, parecen dos polos opuestos, una asemeja a una belleza Griega, y la otra a una Diosa Nórdica, ambas vestidas con ropa cómoda y deportiva, lo mejor para no acabar con los pies reventados, lo sabe por experiencia.
Mira a la morena, tiene unos ojos verdes y soñadores que no le caben en la cara, están pintados con un rabillo exagerado, quizás no da cuenta de que no es necesario resaltarlos para que destaquen; una faz muy bella, con unos carnosos labios, y una barbilla partida y bonita; sonríe continuamente y se le ilumina la cara.
Pero la rubia es un ideal, facciones perfectas, boca como dibujada, ni carnosa ni seca, unos hoyuelos se le forman cuando ríe, y lo hace a menudo. Un cuerpo delgado, un pecho pequeño y firme, una figura hermosa con un talle de avispa, la piel clara, pero dorada por el sol del sur.
Una serie de bondades que crean un conjunto hermoso, imposible de describir, y lo que más impresiona, lo que salta a la vista, son esos ojos azules, unos ojos que ningún pintor del Renacimiento podría haberlos traído al mundo, un color fuerte, dibujado, nítido, pupilas definidas, remarcadas en ese indescriptible color de piel, ojos profundos y bellos como el mar. No quiere mirarlos, y no puedo apartar la vista de ellos. Pequeñita y hermosa, como el mejor perfume del mundo.
Zapatillas de deporte, y un chándal, ¿habrá cosa más difícil de llevar con clase que eso?, pues delante de él tiene la respuesta, parecen las princesas de un anuncio de ropa deportiva cara, como si se los hubieran confeccionado a su cuerpo, pespunte a pespunte, como si hubieran tenido todo el tiempo del mundo.
No se siente bien con la idea de que quizás tenga que detenerlas, ¿tan jóvenes?, algo primitivo, que va más allá de su entendimiento le pide que no lo haga, es como cuando vas a hacer algo que es correcto, pero que no quieres, que es superior a ti, y tener ese sentimiento en sí mismo, que es inflexible, es algo extraño, inconcebible, no lo comprende, no lo había sentido nunca antes.
Si tuviera que hacerlo, espera que esta detención no pase de una pequeña sanción, en otro caso van a conocer el Tribunal de Menores, y eso les puede joder la vida, pero es lo que hay, nunca debe de sentir afinidad con los infractores de la ley.
A pesar de todo, realmente, le dan pena, mucha pena, demasiada pena, como si metiera en una jaula a dos bellas aves del paraíso, jóvenes, casi niñas… y Pablo piensa que se le va la pinza, se tiene que parar. ¡Puto sur! El calor, seguro.
No han visto acercarse a nadie en toda la mañana, apenas si alguna caja de ropa, y con tan poco, no se atreve a hacer una detención, sería el hazmerreír de la Comisaría. Mira a ver si hay alguna furgoneta o indicio de más cajas, pero no, lo que puede pillar está en los tableros que hacen de mostradores de los puestos.
[1] Un outlet es un espacio comercial especializado en la venta de productos de temporadas pasadas o de excedentes de producción a precios inferiores al habitual.