Cuando llega la Noche. Capítulo II

CAPÍTULO II

Gonzaga

Juan el Gordo se volvió hacia el Manoplas.

-Joder, está casi frito, -le comentó al Manoplas-, éste no llega.

-Tú cógelo de las axilas y lo metemos en el coche, hasta que Gonzaga no nos diga otra cosa, tenemos que quitarlo de enmedio, le respondió con cara de hastío el Gordo.

-Tiene dos agujeros, -le explicó Manoplas-, está chorreando sangre como un cerdo, -comentó mirándolo mientras lo metía en el Opel.

-Arranca, -le gritó apenas se había metido dentro-, que la madera está aquí ya mismo, y con tiros por medio, no son simpáticos con nadie.

-Tápale los agujeros, imbécil, que, si no, no llega, -volvió a gritarle.

El coche salió disparado, apenas diez minutos después, paraba con un frenazo y las luces apagadas en unos pareados.

El Manoplas salió del coche y miró que no hubiera nadie.

-Vamos, -le mandó a su compinche. Entre los dos sacaron el enorme cuerpo con dificultades y eso que ambos eran de gimnasio.

Abrieron la verja sin soltar el cuerpo, allí en la escalinata los esperaba un tipo vestido de negro.

-Venga, venga, rápido, -siseó el tipo moviendo la mano para que se dieran prisa.

Pasaron un salón, después un pasillo, el tipo de negro les indicó un cuarto, entraron y dejaron el cuerpo sobre la cama de matrimonio que había allí, después salieron, en el salón les esperaba un hombre.

-Manoplas, ¿cómo está Bestia?, -le preguntó nada más llegar.

-Mal Jefe, dos plomazos, sangra como un gorrino.

-No te preocupes, es Bestia, ese es de hierro, -se despreocupó el tipo sentado.

-Pero Jefe, que se ha cargado por lo menos a seis, -le contestó el Manoplas-, que ha tirado de hierro, sin cortarse un pelo.

-Con dos cojones, un auténtico patriota, no como vosotros, mariconas, que os habéis ido por las patas con esos rojos.

El Manoplas calló, una cosa era ser de derechas y otra gilipollas, como el que tenía dos tiros, pero Gonzaga acojonaba, cualquiera decía algo.

Se sentaron en el sillón de al lado de Gonzaga con nada que éste lo indicó. Gonzaga con la cazadora negra y la boina del mismo color sobre la cara, al pabilo de las luces de la calle, aparecía como un moderno delegado del mal.

Media hora después, llegaba a la casa el Carnicero, un veterinario del partido que habían llamado para que curara a Bestia.

– ¿Cómo está?, -preguntó Gonzaga nada más verlo.

-Ha perdido mucha sangre, pero más tiene, lo de la pierna, bien, el costado es el izquierdo, posiblemente no haya tocado nada, pero sin aparatos es difícil de decir, le he sacado la bala entera, por eso se escapa, es un calibre pequeño.

– ¿Se le puede mover?

-Yo no lo haría, pero…

-Tenemos que moverlo, lo van a buscar con lupa, -afirmó el Gordo.

El Carnicero abrió un maletín, y le explicó al Manoplas, sacando unas cuantas cajas.

-Esto son antibióticos para animales, son fuertes, y analgésicos, si los soporta, curará rápido, si no… mala suerte.

-Manoplas, -ordenó Gonzaga-, cogedlo y llevadlo a lo de Gumersindo, pedidle que lo esconda hasta que se enfríe, si no hace caso, que le pegue un tiro como un perro, que se lo esconda en los huevos si quiere, pero que no aparezca hasta que yo lo diga.

El Manoplas agachó la cabeza, aunque le sentó como una patada en los huevos, más de cuatrocientos kilómetros, los últimos por caminos de mierda con un tipo con dos tiros, por la Autovía, si los paraba la Guardia Civil… mejor no pensar en eso, así que asintió con la cabeza.

Gonzaga le dio tres mil euros.

-Por si hacen falta, si no, de vuelta.

El Manoplas volvió a asentir, cualquiera se quedaba con ellos.

Con el mismo esfuerzo metieron a Bestia en el coche, arrancaron y sin pensarlo dos veces, enfilaron en dirección a la autovía.

Gonzaga nada más que salió el carnicero, cogió el móvil de prepago y marcó el número de otro también de prepago.

-Señor, -habló suavemente, su voz se volvió servil-, el paquete está saliendo fuera.

-Haz lo que tengas que hacer, pero no quiero que relacionen a Bestia conmigo, no quiero ni un puto problema.

-Pero, es una camarada, Señor.

-Me la toca, gilipollas, que no aparezca nada relacionado conmigo, que te corto los cojones “Camarada”, -la palabra sonó despectivamente.

El teléfono se cortó.

-Tu puta madre, -maldijo Gonzaga en voz alta, él no le tenía miedo a casi nadie, “él casi”, le acababa de dar una orden.