
Eran las dos de la mañana cuando salieron hacia Sines, Tomás, Ricardo, Juan, sus dos hermanos y dos hombres más, hijos de Francisco, Inda y Bartolomé. Las niñas bajaron a despedirlos con la cara descompuesta.
La besó en la mejilla como hizo con Ange y se despidió con la mano, Juan le comentó al oído.
– Duele, ¡eh! primo.
– Cómo una puñalada, -le dio la razón mientras se le rompía el corazón.
– Eso es bueno, querrás volver con más ganas, -se rio con alegría, se lo agradeció.
Guardaron las bolsas en el maletero, y a pesar del bochorno sintió frio.
Iban en tres coches, pasaron la frontera sin problemas, de hecho, rodaban completamente solos por la carretera. Juan iba con ellos en el asiento trasero, junto a él.
Eran menos de trescientos cincuenta kilómetros y por autovía, sólo tuvieron que desviarse antes de llegar a Lisboa. Aterrizaron en Sines a las cinco de la mañana.
– Pablo, activa el GPS, y dime donde está la rúa Ramiro Correia, -le pidió Ricardo.
Pablo le fue indicando hasta que llegaron a una calle llena de casas adosadas, totalmente nuevas, de las cuales sólo una parecía estar habitada.
Allí los esperaba un hombre, que levantó la mano indicando que siguieran. Aparcaron los coches a su lado.
Se bajaron.
– Bos dias.
– Bos días, -le respondió Tomás.
– A casa de esquina, a partir daí você pode ver tudo, à porta (la casa de la esquina, desde ahí se puede ver todo, hasta el puerto)
– Vir, tudo está pronto, os figorificos completo, e sob os ferros no andar de cima da cama. (entren, está todo preparado, los frigoríficos llenos, y debajo de la cama de arriba, los hierros.)
-Don Pedro vir mais tarde. Eu não sabia quando eles chegaram. (Don Pedro vendrá más tarde. No sabía cuándo llegaban).
Les entregó la llave, y con parsimonia, les dio la mano, se marchó andando tranquilamente.
Tomás le dio la llave.
La introdujo en la cerradura, y con precaución abrió la puerta, nada parecía estar fuera de orden, encendió un interruptor, y sólo vio un sofá, una mesa, sillas y una tele pequeña. Era lo único que amueblaba la casa de nueva construcción, que aún no había sido habitada.
Salió a la puerta.
– Abajo bien, voy a subir.
Con precaución eso hizo, estaba desarmado, miró cuarto por cuarto, y solo vio camas y nada más. Fue al dormitorio principal, y miró debajo de la cama, había dos maletas, las abrió, pudo ver ocho pistolas y tres escopetas recortadas.
Bajó y se asomó a la puerta.
– Todo está bien, podéis pasar.
Sacaron las bolsas de los coches, y pasaron dentro.
Sólo las ventanas tenían cortinas, lo demás estaba sin amueblar en absoluto, apenas una bombilla en cada habitación.
Todos se arremolinaron en el salón. Tomás se colocó en la cabecera de la mesa, y les habló a todos.
– Lo primero, nadie sale sin mi permiso, ahora, subirá Ricardo y os dará las armas a cada uno, las escopetas las quiero para aquellos que estén vigilando en las ventanas.
Bajó Ricardo, y le dio una pistola a cada uno, incluido Tomás, que cogió una, lo que le hizo pensar que todo se complicaba por momentos.
– Estamos esperando a Pedro Gomes, él nos dará unas últimas instrucciones, pero lo que tenemos que hacer es fácil, esta casa está frente al puerto deportivo, un poco más allá, está el puerto de conteiner, ese es nuestro objetivo, pero no de momento. Sólo tenemos que estar preparados y atentos, aquí somos carne de caza.
Todos asintieron, sabiendo que no era ninguna broma. Sonaron unos golpes en la puerta.
Ricardo abrió con precaución.
– Pase usted, Don Pedro.
Entró un hombre mayor, casi como Tomás, pero con la cara quemada del sol y mucho más fuerte, de pelo ensortijado y manos grandes, detrás entraron dos hombres más jóvenes.
Le estrechó la mano a Tomás.
– Estos son mis hijos Helder y Joaquim.
Don Pedro presentó a sus acompañantes, ambos agacharon la cabeza en señal de respeto.
– Estos son mi Hijo Ricardo, mi sobrino Pablo, Francisco Rojas, sus hijos Inda y Bartolomé, Juan, Lorenzo y Salvador, hermanos y también de los Rojas.
Ellos también agacharon la cabeza. Se sentaron todos.
– Don Pedro, ¿está todo preparado?, -preguntó Tomás.
– Sí, Don Tomás, todo lo está, las casas que nos comentó están vigiladas, y nada sospechoso hemos detectado en el pueblo. Sólo algo más de movimiento de coches en el puerto comercial.
– ¿Más movimiento?, -volvió a preguntar Tomás, pensativo.
– Sí, coches que entran y salen.