57. Pablo y Rosa. La Profecía

              Siesta de las de antonomasia, cayó como un leño, y se levantó a las siete, con la almohada mojada de saliva. Nadie que no haya trabajado en el sur comprendería la necesidad de tal invento, uno de los mejores que había probado. Cerca de una hora se quedó allí tirado intentando poner en orden sus pensamientos.

              Se puso unos pantalones cortos y unas deportivas, bajó a la cocina.

              Estaba Ester sentada, descansando después de su siesta.

– ¿Ester?

– Dime guapo, le contestó con una sonrisa.

– Voy a salir a correr.

              La mujer se levantó, y de una alacena cogió algo.

– Toma las llaves de la casa, quédate ya con ellas.

Le entregó un manojo de ellas.

– Gracias.

              Anochecía cuando salió de la casa, aún era temprano, y a pesar del calor que hacía, le apetecía dar una vuelta, tomó el camino de la Ribera y le hizo un largo de un par de kilómetros, llegó al Arenal, un par de vueltas, y volvió hacia la cita con Montes.

              Encontró sin dificultades el bareto que le había explicado Montes, pasó la cortina de canutillos, y se paró en la ajada barra del bar.

              Se le acercó el señor mayor que estaba detrás de ella.

– ¿Qué le pongo?

Le preguntó con indiferencia.

-Busco a Paco Flores.

– Sígame.

Le pidió, y empezó a andar sin pararse a mirar si le seguía, realmente no había nadie en el bar.

– Hombre, Boss, ¿qué viene, de la guerra?

Era Montes que sonreía.

– Cinco kilómetros con la fresquita, -le contestó mientras que intentaba recuperar el aliento.

– Ganas de morir joven, yo también hacia eso hasta que me cansé.

– Se nota, al tajo.

Lo interrumpió.

– Jefe, ¿quiere algo?

– Si, algo de naranja, y agua, mucha agua.

– Gaspar, tráete naranjada y mucha agua, si algún día tienes que decirnos, algo contacta con Gaspar, le dices el mismo nombre y él nos traslada el mensaje.

– ¿Seguro?, -preguntó sin estar totalmente convencido.

– Total confianza, tiene el bar porque le gusta y era de su padre. Cabo Gaspar Ramírez 35 años en el cuerpo.

Le informó ufano.

– De acuerdo, cuéntame.

– Aquí tienes un DNI a nombre de Pablo Lupei.

Iba entregándomelos uno a uno.

– Un teléfono de contacto con la Policía Portuguesa, que ya está avisada de que va a ir un Policía Español, pero en general, todavía no le hemos contado lo que no sabemos.

– Bien.

Pablo asintió, todo parecía ir bien.

– Dame el móvil.

Montes puso la palma de la mano.

              Cogió su móvil y lo restableció a valores de fábrica, era del cuerpo.

– Toma el nuevo, uno más antiguo de los que no llevan GPS, pero lo lleva, si podemos despistar algo, mejor.

              Tomó el móvil, y en un momento le instaló el programa espía, comprobó que funcionaba y se lo guardó.

– Y ahora, ¿me cuentas la Historia del Boss y La Rosita?

Le preguntó con una media sonrisa.

– ¿Lo saben en Comisaría?

No era bueno que lo conocieran, podrían hacerse una idea equivocada.

– Todavía no.

Le respondió moviendo la cabeza levemente de un lado a otro.

– Te agradecería que no comentaras nada, no quiero dar lugar a equívocos.

– ¿Equívocos?, el Valdivia se las sabe todas, ya ha marcado a la nieta, el que quiera que se meta, ahí estas tú, pero ten cuidado, esa niña es el objetivo de más de uno.

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