91. Pablo y Rosa. La Profecía

               Juan se levantó, fue a la cocina y trajo un montón de servilletas de tela.

– Donde no hay pan buenas son tortas, -le explicó a Pablo.

              Comenzaron en silencio a desarmar las armas, llenando de mecanismos y pernos toda la mesa, solo se oía el sonido metálico de las piezas cuando las colocaban sobre la mesa, las fueron limpiando y engrasando en silencio.

– Primo, esta es gorda, -le comentó Juan, sin dejar de limpiar las piezas de los fusiles de asalto.

– Muy gorda, -le contestó sin parar de limpiar el tampoco.

– Te voy a pedir un favor.

– Dime, Juan.

– Si me pasa algo, cuida de mi fiera y de mis chiquillos, por favor, primo.

– Ni que decírmelo tienes. Creo que lo sabes, ahora te voy a pedir yo un favor a ti.

– Ni me lo pidas, la Joya y la Ange serían mis hermanas, y al que se acerque le rebano el cuello.

– Así, primo, gracias.

– Gracias a ti, primo.

              Ambos sabían que a cada nueva información las posibilidades de que saliéran con vida eran menores.

              Terminaron pasadas las siete. Le puso la mano en el hombro a Juan.

– No te preocupes, sé que a ti no te va a pasar nada, lo asegura «El que Siega los Campos».

– ¿Y a ti? Primo, -le preguntó Juan con preocupación.

              Se encogió de hombros, y volvió a sentir frio en la espina dorsal.

– Tomás, voy a llamar a Rosita, -le pidió al anciano.

– Ve, hijo mío, -salió a la calle.

– Señor.

– Hombre, Maldonado.

– Ya está.

– ¿Como que ya está?

– Más gordo de lo que podíamos imaginar.

– ¿Tan malo es?, -preguntó inquieto.

– Tráfico de drogas, armas, trata de blancas y niños para órganos.

– Qué me cuenta, ¿está loco?

Aquello era un sapo muy gordo.

– No, ojalá, Señor Comisario, es lo que le he dicho.

– Santa Madre de Dios, ¿sabe la localización?

– No exacta señor, sé que será en la zona de Beja, en un radio de 20 kilómetros, pero no el lugar exacto. Podría colocar agentes de paisano en Berengel y Beja sin llamar la atención, en el momento que les avise pueden actuar en menos de media hora.

No supo por qué no le dio la localización exacta, quizás hubieran tenido menos bajas, a costa de conseguir menos, pero algo en su interior le impedía hacerlo.

– ¿Cuándo va a ser?

– Mañana por la noche.

– Podríamos detenerlos a todos.

– Si esos animales se escaparan, no encontraríamos nada, pero si nos deja actuar, podríamos desmantelar una red internacional que tardaría mucho tiempo en activarse.

– ¿Sabe usted que está en la cuerda floja?

– Sí, señor.

– Y, ¿se la juega?

– Sí, señor.

– Pondré todo en marcha, espero que no se equivoque, puede perder algo más que los galones.

– Lo sé, Señor.

– Suerte, inspector.

– Me hará falta, -colgó el teléfono.

– ¿Rosa?

– Dime Pablo, cariño mío.

– Esto ya mismo se acabará y estaremos juntos para siempre.

– Te oigo la voz apagada, ¿va algo mal?

– No, quería oír tu voz de nuevo.

– Pablo, ¿qué te pasa?

– Nada, -mintió.

– Y una mierda.

– Si lo sé no te llamo, sólo quería oír tu voz.

– Y una mierda.

– Te quiero, Rubia.

              Y colgó el teléfono.

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